Preguntarnos por el papel social y político que hoy tendría el arte, considerando ciertos nuevos esperanzadores y turbulentos escenarios chilenos, es en el fondo reactivar y actualizar una pregunta que ha sido una constante en la historia de la disciplina: la pregunta por los límites. Ya conocida y ampliamente documentada es la presencia de lo político y la coyuntura social en el desarrollo de las artes. Incluso, pensamos, son esferas de las que un artista y su obra no pueden escapar. Parece pertinente, entonces, ahondar en la posibilidad de que la producción simbólica se convierta en un factor determinante en un proceso de cambio social como el que parecen estar experimentando al menos ciertas partes de la sociedad chilena.
Es ese cambio de escenario, la galería o el museo por el espacio público inquieto y vivo, el primer indicio de una suerte de conversación entre las clásicas categorías de «obra» y «público». Por otro lado, acorta a cero la distancia entre «obra» y «artista», coincidiendo ambos en un ejercicio de sentido en tiempo y espacio.
¿Cómo opera la producción artística en la formación de lenguaje? Ya sea por rechazo, indiferencia cómplice, marginación u oposición, una obra está siempre interactuando con el ejercicio del poder. Su poder particular, que es una conciencia fuertemente duchampiana, radica en la administración del sentido, escribiendo cada obra un texto específico. Y es ese texto el que se inscribe en la cultura, la historia, y la memoria.
En 1987 el artista nacido en Chile y radicado hace varias décadas en Nueva York, Alfredo Jaar, llevó a cabo el proyecto Un logo para América. En él, Jaar se hace cargo de la que es quizás una las aberraciones mundiales más naturalizadas en el uso del lenguaje: que los Estados Unidos de América se llamen a sí mismos América; que los ciudadanos nacidos en los Estados Unidos de América se llamen a sí mismos, exclusivamente por supuesto, americanos; y que la bandera de los Estados Unidos de América sea conocida por ellos como la bandera americana. Y no hace su gesto Jaar desde un espacio local de muestra, sino en una pantalla de Time Square, y en inglés. A domicilio y en sus propios códigos, pareciera decir la obra.
Este ejemplo del binomio traslación/lenguaje, donde se cambia el emplazamiento de la obra, por un lado, y se develan vicios del uso del lenguaje que dejan enormes traumas en las sociedades y en las construcciones históricas, por otro, no sólo permite una arremetida de las construcciones simbólicas visuales —obras de arte— en la materialidad dura del pavimento de las ciudades en tensa y constante relación con los seres humanos, sino que también permite la actualización de toda la herencia histórica de la discusión sobre el sentido y la realidad, como preguntarse una y otra vez si esto es o no una pipa. El arte y su texto, implícito o explícito, actúa de un momento a otro como un dibujante de territorios que, al considerar el alcance del lenguaje en las problemáticas de identidad y dignidad, establece una geografía que es principalmente humana.
2. DICTADURA/ DUDIRTAAC
«Esto no ES COMO América» podría haber sido la inscripción utilizada por Jaar para su trabajo de 1987 para representar algo de la idiosincracia chilena en su trabajo. Qué falta de carácter que tiene ese ES COMO y que practicamos tanto los Chilenos cada vez que queremos decir algo. ¡Y cómo no! Probablemente es otro residuo nefasto que dejó la dictadura, consecuencia del miedo al que estuvieron sometidos millones de Chilenos. Una sociedad que durante 17 años no tuvo derecho a emitir opinion ni juicio. Es esa inseguridad la que se apodera de nosotros cada vez que respondemos. Usted me está preguntando o me está respondiendo? Ese maldito signo de interrogación que aparece al final de nuestras respuestas, dejando claro que lo creemos si usted lo cree, pero si no es así, nuestra intención no era una aseveración sino una interrogante. Las cosas no se han podido decir nunca por su nombre. Se trata de un largo listado de palabras que desde ese fatídico 11 de septiembre hasta nuestros días no hemos sido capaces de pronunciar. Palabras tabú que por diplomacia incorrespondida han sido reemplazadas por eufemismos. Nosotros nos preguntamos: ¿A quién le debemos ese respeto? ¿A quien nos silenció? ¿A quien asesinó a nuestros amigos y familiares? ¿Hasta cuándo le debemos respeto a quien debe ser condenado? No sólo a ese sangriento dictador llamado Augusto Pinochet, sino también a una larga lista de políticos, militares, periodistas y personas naturales que siguen caminando por las calles de nuestro país sin una pizca de cargo de conciencia. Al menos digamos las cosas como son, es nuestro deber, es el comienzo para lograr la tan anhelada justicia, para nosotros como sociedad y para aquellos que ya no pueden estar con nosotros.
El día 4 de Enero del presente año, los periódicos impresos y virtuales de Chile nos informaban que el Consejo Nacional de Educación del actual gobierno había tomado la siguiente determinación: La palabra DICTADURA militar, definida recién el 2009, sería eliminada de los libros de Historia para los cursos de 1º a 6º básico y reemplazada por RÉGIMEN militar. La impotencia se hacía sentir. Aparecían comentarios surreales pero predecibles como los del Senador Larraín: «que se hablara de ‘dictadura’ incluye un juicio peyorativo. Y los libros tienen que explicar la secuencia de la historia chilena de manera respetuosa».
Nosotras, nueve artistas visuales(2) que improvisadamente y sin saberlo nos formábamos como colectivo, nos enviábamos mensajes por Facebook. No podíamos creer que algo así estuviera sucediendo. Era un retroceso tremendo para nuestro país y un descaro por parte de quienes conformaron aquel consejo. Decidimos juntarnos una tarde a discutir sobre el tema.
ES COMO salían por aquí y ES COMO salían por allá. Hablábamos sobre la vida, sobre Gabriela Mistral y sobre ese amor por el país en el que «uno nace», el cual rápidamente se transforma en algo odioso al momento de poner las injusticias sobre la mesa. Hablábamos del papel del arte, en lo público y en lo privado. El arte que aparece en los momentos más despreciables es el mismo arte presente en las más lindas cartas de amor que Gabriela Mistral escribiera alguna vez a Doris Dana. Lo personal también es político. Es la efervescencia de la palabra y del derecho que tiene uno a decirlas. Sea por escrito, en una pintura o en una manifestación en las calles. Sacamos la voz por lo que nos pertenece o por lo que no queremos y por todo aquello que hacemos dentro de una comunidad. Se nos hace necesario hacer arte porque no es más que otra palabra.
Decidimos salir, ocupar las calles del sector céntrico de Santiago. Hicimos 9 carteles, uno por cabeza, cada uno con una letra de la palabra DICTADURA. Caminábamos una al lado de la otra, cada una sosteniendo su cartel al frente. Comenzábamos con algo así como DUDIRTAAC. La gente nos miraba. Nos preguntaban qué significaba, tratábamos de no decir nada. Luego de estar unos minutos sin responder volvíamos la palabra a su forma original: DICTADURA. Algunos aplaudían, otros nos decían «vayanse a trabajar mejor». No faltaba el que gritaba «¡R de rica!». Así lo hicimos, una y otra vez, desvaneciendo la palabra, haciéndola emerger de nuevo. No había más que decir. Esta vez no hubo ningún ES COMO. Estaba todo muy claro. Las cosas por su nombre.
(1) Además de quienes firmamos este artículo, el grupo está conformado por las artistas visuales Cynthia Shuffer, Elisa Muñoz Elgueta, Inés Molina, Bárbara Oettinger, Cecilia Flores, Diana Navarrete y Rosario Carmona. Contamos para ese día con la valiosísima participación de Ivana Gahona Elgueta, estudiante de la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad de Chile, y con la ayuda de Jo Van De Loo, a cargo del registro de la actividad.