(Texto escrito para la exposición «Diseminación», de Rosario Carmona en Galería Die Ecke, Santiago de Chile, 2009)
No es posible determinar el momento exacto en que una cosa comienza a parecer otra. Sin embargo, y contra todo nuestro esfuerzo, ese momento llega. A veces esa cosa comienza a parecerse a nada, como si entrara en un espacio sin dioses ni leyes: por ejemplo, cuando se repite muchas veces una palabra, sucesivamente, y al cabo de un rato ya ni se sabe qué significa. Se nos es imposible saber cuándo exactamente eso que teníamos tan bajo control, tan codificado, se convierte en un sonido, o un ruido, o un borrón en el espacio. No se puede saber con precisión.
Pero de que pasa, pasa.
Y todo lo que queda en el estado anterior, aquel que estaba lleno de ideas perfectamente asociables a su respectiva representación, se convierte en desperdicio. Entonces, ¿dónde quedó nuestra distancia, nuestra pronunciación perfecta, cuando eso tan exclusivamente humano que decíamos a voluntad una y otra vez se apoderó de nosotros y nos convirtió en puro ruido?
Desperdicio de esa costumbre de mirar las obras de frente y a un metro cuando sin darnos cuenta estamos dentro de ella. Desperdiciados recipientes plásticos que de tanto y tantos no sabemos si son de la colación de ayer o pura basura intacta. Valioso o no tan valioso tiempo lanzado al aire para repetir innumerables veces el mismo gesto de amontonar materia de la más noble -léase entre unas comillas que no me dio la gana poner – una y otra vez, pensando que son moscas, o pensando que son nada, como quién abusa de la palabra menos deseada. Desperdicio de cualquier experiencia atesorada si en un momento no se sabe si verse seducido o repugnado, de si esto está clínicamente limpio o es invisible material en descomposición. Si nada nos da una pista de si vamos hacia lo más dulce o derechamente a la descomposición más impecable.