Laura Lattanzi y Paula Arrieta.
Texto editorial de la Revista de Teoría del Arte n°36, «Nochlin, 50 años», Departamento de Teoría de las Artes, Facultad de Artes, Universidad de Chile. Julio de 2022.
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El recién pasado 2021 se cumplieron 50 años de la publicación del ensayo “Por qué no han existido grandes mujeres artistas”, de la historiadora del arte Linda Nochlin. El contexto, Estados Unidos y las diferentes experimentaciones e indagaciones de los 70, hacían de un escenario perfecto para un texto crítico, profundo, rebelde. En medio de la proliferación de diferentes estrategias artísticas y la expansión de los límites tanto del arte como del pensamiento, la pregunta por la voz que nombra las cosas -ya sea en la historia, el arte y la cultura y en otros discursos como la ciencia, la ley y el conocimiento en general- encontró en las reflexiones de Nochlin caminos que removerían las raíces más arraigadas de lo que entendíamos como autor y como genio. Son estas mismas raíces las que se remueven todavía.
Posteriormente, Linda Nochlin amplió sus reflexiones sobre las mujeres en el arte en el campo de la curatoría, con la muestra de 1976 «Women Artists: 1550-1950», en el cual recopiló el trabajo de alrededor de 80 artistas. Nochlin no sólo reflexionó con la historia -los documentos, los archivos, la biografías perdidas- sino también con la obra misma de las artistas invisibles para la escena y los textos de arte, fue curadora, profesora, escritora y activista feminista.
Medio siglo después quisimos pensar la actualidad de su texto. No se trata de un ejercicio comparativo entre dos épocas, mediado por los avances y estancamientos del movimiento feminista y la conquista de derechos por parte de las mujeres y las disidencias, sino un acto sensible en el cual podamos escuchar ecos, ruidos, tensiones, desplazamientos; incomodidades, violencias y críticas que puedan ubicar este ensayo en el centro de la actividad política y cultural actual. Sorprende -notamos- su infinita vigencia y las nuevas perspectivas que se pueden adquirir de él.
En su ensayo, Nochlin ensaya posibles respuestas a la pregunta fundamental de por qué no han existido grandes mujeres artistas. Aventurar, primero, que las mujeres en la historia sí han existido y en mucho mayor volumen de lo que se piensa se presenta como un camino tentador. En esto, ha sido fundamental el trabajo de las historiadoras del arte que se han dedicado a recuperar esas producciones enterradas por el tiempo y la escritura del relato troncal del arte, aquel que se asume siempre en un tono masculino, occidental, blanco y heterosexual. Sin embargo, nos advierte la autora, esto no responde a la pregunta. No encontraremos en esos hallazgos la figura del genio que sí aparece instantáneamente cuando hablamos de artistas como Picasso o Warhol.
Un segundo camino, muy de la mano con las ideas del feminismo de la igualdad, sería el de asumir una grandeza particular en el arte hecho por mujeres. Si consideramos que existe una experiencia particular de las mujeres en las formas de habitar el mundo, este camino podría tener alguna posibilidad. Sin embargo, y luego de buscar nexos y relaciones entre artistas y escritoras de diferentes épocas, la autora concluye que “las mujeres artistas y escritoras parecerían estar más cerca de los artistas y escritores de su posición y época que entre sí.”
¿Cómo, entonces, podemos enfrentar la pregunta que da título al ensayo? Nochlin nos advierte del peligro de intentar responder sin antes desentrañar el origen mismo de la interrogante y de quién la está enunciando. “La falta no está en nuestros astros, en nuestras hormonas, en nuestros ciclos menstruales y tampoco en nuestros vacuos espacios internos, sino en nuestras instituciones y en nuestra educación”. En este sentido, nuestra mirada debe apuntar a las estructuras e instituciones que conforman, en diferentes niveles, esta realidad en cual algunas voces -masculinas, occidentales, blancas, heterosexuales- tienen más espacio y autoridad que otras, y es por eso que más allá de una respuesta, la pregunta que titula su ensayo resuena aún por estos días.
Nochlin cuestionó y nos hace cuestionar las bases mismas de los cánones del arte, ¿cómo se escribe historia del arte?, ¿cómo se habla de arte?, ¿cómo se diferencian y jerarquizan las obras? Son preguntas enormes que se hace e intenta responder en un texto breve pero que apunta a los nudos que sostienen los discursos hegemónicos. Leerla hoy nos insta a escribir, reescribir y volver a montar la historia, nos fuerza a mirar de nuevo. Integrar e incorporar su mirada y perspectiva feminista nos obliga a las instituciones académicas y museísticas a cuestionar nuestras prácticas, nuestras metodologías, nuestros enfoques.
En este número 36 de la Revista de Teoría del Arte, quisimos seguir rumiando e insistiendo con aquellas preguntas por lo que le dedicamos el número completo a diversas voces que se hacen eco, abordando la actualidad del problema, de los problemas. En la sección de “Artículos”, María Elena Muñoz en su texto “Re historiar/Re pintar: a propósito de un retrato de Linda Nochlin”, retoma la apelación de Nochlin por revisar la tradición de la pintura teniendo como punto de partida la obra de una artista que la retrató (Gilje) explorando en esa capacidad operativa de la destreza pictórica la necesidad permanente de desafiar no solo el canon sino los supuestos que lo sustentan. Por otra parte Catherina Campillay Covarrubias y Mariairis Flores Leiva en su artículo “Circuito abierto en EspacioCal: aproximaciones y efectos de una exposición de mujeres en 1983” analizan una exposición de mujeres chilenas en la década de los ochenta a partir de los discursos que se entretejen en un artículo-reportaje publicado en la revista de difusión masiva, Paula; las autoras reflexionan sobre la idea de “exposiciones de mujeres”, cómo se configura el signo de mujer y sus significados en su momento histórico determinado. En la sección “Intervenciones” invitamos a diversas académicas, comunicadoras y agentes del campo del arte a escribir diversos textos libres que recuperen el inconformismo que emerge del texto de Nochlin, para seguir abriendo la historia del arte, revisitarla, explorar sus secretos, identificar las invisibilidades, y recorrerla a contrapelo; se aventuran en esta sección: Alejandra Castillo, Soledad Novoa Donoso, Laura Gutiérrez y Evelyn Erlij. Finalmente se presentan dos reseñas que también invocan este tarea: Constanza Acuña escribe sobre la obra de la poeta y artista Cecilia Vicuña, a partir del reciente hito de haber obtenido el galardón del León de Oro en la 59 Bienal de Arte de Venecia (2022); y Danae Díaz Jeria comenta su experiencias de lectura a partir del libro de Paula Arrieta Si muere Duchamp.
Finalmente, no queremos dejar pasar esta oportunidad e interpelación que surge del texto de Nochlin para preguntarnos por nuestra propia institución. Se nos hace indispensable, en este momento en que urge hacer carne las ideas, dar una mirada a nuestro propio contexto e interrogar las estructuras y la institucionalidad que enmarca y propician nuestra actividad como académicas de una universidad pública, integrantes de una comunidad que tiene como misión acoger la discusión, el conocimiento y su incidencia en las prácticas sociales.
El año 2018 en Chile estuvo fuertemente marcado por el movimiento feminista, que tiene su inicio justamente en diferentes universidades de nuestro país. Este estallido, antesala fundamental de aquel otro que vendría al año siguiente, dejó al descubierto jerarquías que oprimían a mujeres y disidencias, invisibilizaban visiones y propiciaban diferentes tipos de abusos, fuertemente dependientes de una jerarquización sexual de los roles y la asimetría que esta conlleva. Las protestas, tomas y asambleas no sólo recolectaban numerosas denuncias, sino también propuestas, caminos, medidas concretas que permitieran revertir una situación histórica. En nuestra Facultad de Artes de la Universidad de Chile, el petitorio de las y los estudiantes demandaba la inclusión de autoras mujeres tanto en las bibliografías de los cursos como en los referentes a los cuales se recurría en la docencia. Si bien medidas como estas abren una enorme puerta -no sólo para la visibilidad de estas autoras sino también para la fundamental exploración en la producción de conocimiento académico-, a casi cuatro años de estas movilizaciones no ha sido posible reglamentar estas demandas y han quedado al arbitrio y voluntad de cada docente. Más aún: nos parece asistir a la certeza de que no se trata de un asunto reglamentario, ni un problema que se solucionará con un grupo de normas cuyo incumplimiento tenga alguna penalización. De nuevo, es un asunto mucho más complejo que esto, una estructura, una cultura arraigada de manera mucho más profunda.
Podemos, por ejemplo, dar una mirada rápida a algunos datos de nuestro entorno inmediato, la Universidad de Chile, a ver si ahí encontramos algunos indicios del funcionamiento de esta estructura.
Al año 2019 la matrícula de estudiantes de pregrado es levemente superior en el número de mujeres (%50,7), sin embargo, la situación cambia a nivel posgrado (57,1% en magister y 57,2% en doctorado son varones), lo que indicaría una mayor dificultad de las mujeres por continuar sus estudios. La situación se vuelve más compleja en el caso de la denominada carrera académica: de la totalidad de académicos/as de la institución, el 62,7% son hombres y 37,3% mujeres. Y, más aún, si miramos la jerarquía más alta de la universidad, la de profesor titular, nos encontramos con una concentración abismante de un 80% de profesores hombres. En el caso de los proyectos de investigación Fondecyt y Fondef (los fondos de investigación más utilizados entre académicos en Chile), sólo el 27% proyectos son liderados por mujeres; y de los centros de investigación solo un 16% cuenta con jefatura femenina. Entonces, si bien se observa un creciente ingreso de mujeres dentro del cuerpo académico se impone una “división sexual” del trabajo en donde los hombres ocupan los puestos de mayor jerarquía y las mujeres se ocupan más bien el del “trabajo doméstico académico” (tales como labores administrativas y de gestión, acompañamiento de estudiantes), tareas no reconocidas ni valorizadas por la academia.
A grandes rasgos, estamos ante la imagen de una pirámide, jerárquica, que tiene en la base cierta cantidad de mujeres que van disminuyendo dramáticamente a medida que se sube en la escala. Un diseño en el cual las actividades que requieren las mal llamadas “habilidades blandas” recaen principalmente en académicas mujeres, mientras que las actividades de índole intelectual, están concentradas en los académicos varones. Esto no sería por sí mismo un problema si no estuviera aparejado por otro asunto: que la universidad, como institución, valora mucho más estas últimas actividades que las primeras, con lo cual el papel de las mujeres queda clausurado en ciertas características totalmente arbitrarias y, a la vez, desvalorizada por la naturaleza misma de la actividad académica. Un doble cerrojo con negativas repercusiones económicas, personales y, lo que es peor, intelectuales. Todo ello hace visible una realidad más compleja que traba el logro de una transformación sustantiva.
Recientemente, la comunidad académica de la Universidad escogió a la primera rectora de la historia de la Universidad de Chile. Rosa Devés asumirá entonces el rol histórico de quien abre un nuevo candado y amplía los horizontes para todos los que vienen. Es sabido que las mujeres de todas las épocas han debido sortear muchos más obstáculos y prejuicios para alcanzar el mismo lugar que un hombre, por lo que este acontecimiento adquiere numerosas capas de relevancia. Ante estos innegables avances, ante la fuerza con que el movimiento feminista ha empujado a la escucha de otras voces y ante la incomodidad ya instalada en las prácticas tradicionales de naturalización de la discriminación, no nos queda más que retomar cada vez nuevos bríos, alientos, alianzas y afectos, para que el horizonte no deje de ampliarse. Es nuestro deber, tanto por quienes libraron las intensas batallas del pasado como para las artistas, escritoras, intelectuales y académicas que vendrán.