Acerca de “Del rigor en la ciencia”, de Alejandra Rivera, Verónica Ode y Sergio González.
Sala Juan Egenau. Departamento de Artes Visuales, Universidad de Chile. Del 18 al 28 de Octubre de 2016.
Quien desea y no actúa engendra peste
William Blake
Nos hemos habituado a entender las imágenes como acontecimientos separados, aislados unos de otros por aquello que definimos como marco: borde innegable del paso del tiempo, de un segundo al segundo siguiente; corte; otra cosa.
La fotografía, terreno fértil desde el cual parte esta exposición colectiva, no sólo estira cada cierto tiempo sus condiciones para albergar nuevas definiciones –técnicas y conceptuales- sino que además debe defenderse cada tanto de las características que tan ansiosamente la cultura pone sobre ella: su status de verdad, su garantía de lo real, en fin, lugares que jamás reclamó. Y ahí está la trampa: deslocalizada una y otra vez a lo largo de la historia -con disímiles resultados-, la fotografía es por sobre todo una prótesis de la memoria. Pero, ¿de qué memoria?
Los desplazamientos de la imagen fotográfica que se proponen en esta muestra son tan variados como los motores que los activan. Diferentes puntos de observación, herramientas y procesos ensayan aquí nodos de encuentro y desencuentro, juegan nuevamente a estirar los bordes, fragmentarse y romperse, volverse otro o simplemente disolverse. Cada ejercicio visual llevado a la práctica aquí parece desafiar al otro, aun cuando parten de un punto común definido a priori por los artistas: la observación de la ciudad.
Podría aventurar entonces una respuesta: se trata de la fotografía o, más generalmente, la imagen como prótesis de la memoria urbana, de los paseos, el tránsito, un acercamiento a la idea de circulación que no sólo exige el despojarse de ideas preconcebidas sobre rutas y recorridos sino también una mirada abstracta y la latencia de una experiencia desconocida. El deambular por los espacios de existencia, públicos y privados, internos y externos, propone la entrada del azar y, con esto, la aparición de escenas improbables, físicamente inabarcables o simbólicamente rotundas. Podría ser. Pero no lo es.
En Self-Party (Reminiscencia de un encuentro), de Alejandra Rivera, la imagen que manda se mueve en los terrenos de lo virtual, de una experiencia mediada por el dispositivo tecnológico que nos sumerge en un escenario conocido: el de la fiesta, símbolo del encuentro y la interacción, del cuerpo entregado a una serie de estímulos pero a la vez expectante de un final que promete indistintamente ficciones para el amor o la soledad, constituyéndose en un ritual sensorial, sensual y afectivo. Un simulacro del placer.
Ese flujo vital desbordado disminuye su ritmo bruscamente y llega a un espacio completamente diferente en Memoria de un respiro, serie constituida de huellas visuales que provienen de una tecnología opuesta. Desde imágenes generadas por instrumentos científicos, lejos del placer de los sentidos, Verónica Ode relata a través de un contacto diferido de materiales –cianotipia, aplicación de emulsión fotográfica- el poder de la enfermedad y su avance, el oscurecimiento progresivo de la vida, la respiración que va cediendo lentamente al silencio como una abstracción de la muerte y el dibujo que permanece en quien la sobrevive. Ese lazo personal e íntimo de sobrevida queda registrado en la imagen por el gesto de la pincelada en la emulsión que aleja la mediación tecnológica, la frialdad del registro médico, para entrelazar ambas huellas en un tiempo suspendido.
Por otro lado, la investigación de sistemas naturales y antrópicos que se esconden tras la creación de los paisajes estereofotográficos en Vista Capital, es el dato que convierte estas imágenes en ficciones con vocación de realidad. La mediación técnica es en esta obra parte de esa ilusión que no conforme con la abrumadora inexistencia, sugiere al espectador la posibilidad de un espacio, de una tercera dimensión que le otorgue a la imagen una mayor apariencia de mundo. Dispositivo de por medio, el espacio sugerido por Sergio González provoca una inmersión latente, a medio camino entre el sueño y lo cotidiano, entramando relaciones visuales que, al igual que los elementos que componen la imagen, olvidan sus límites para saltar muy cerca de nosotros.
Volvemos entonces a la interrogante: la fotografía es por sobre todo una prótesis de la memoria. Pero, ¿de qué memoria?
Deshabituar las imágenes es desprogramar sus bordes, salir de ese encuadre; desnaturalizar aquello que se parece al estertor para detenernos, paradójicamente, en el flujo. Estas experiencias abordan, como derivado inesperado del pie forzado inicial con que trabajaron cada uno de los artistas, la memoria del cuerpo: que se aferra a una experiencia vital, que levanta ficciones sobre la vida, que intenta atrapar lo inatrapable, lo que se escapa a cada paso y se desvanece. Son cuerpos reales devenidos a virtuales, inmersos en un movimiento de búsqueda insistente. Contra toda la planificación, los trabajos reunidos en “Del Rigor en la ciencia” no son sobre la ciudad. Tampoco sobre el calce de las representaciones con las escalas de la realidad. Son, ante todo, memoria urgente del deseo.
Paula Arrieta G.
Santiago de Chile, octubre de 2016.